jueves, 27 de mayo de 2010

My Name is Justine (Franco de Peña, 2005)

Cuando era pequeño encantaba sacar las cajas de juguetes. Los tiraba por todo mi cuarto, sin saber muy bien por dónde empezar, hasta que empezaba a montarme historias con las que me podía entretener toda la tarde.

Una vez que me metía en la historia, todo lo trabajaba mucho, hasta el más mínimo detalle. Si mis muñecos estaban en una selva no dudaba en robarle las macetas a mi madre y hacer juegos de luces para que aquello quedara auténtico. Esas historias me fascinaban entonces, aunque ahora no recuerdo demasiadas. Ahora lo que recuerdo era ese momento de empezar a jugar, en el que cogías la caja y empezabas con mucho ánimo. Y al principio todo era apasionante, pero conforme extendías la historia, inevitablemente, se te iban agotando las ganas de jugar.

Todo eso llegaba a un punto en el que ya lo habías sacado todo. Estaba claro que lo que habías sacado te daba un universo de posibilidades con las que jugar y construir, pero, sin saber muy bien porqué, perdías el interés, por lo que repentinamente te ibas de la habitación sin recoger las cosas. Y ahí se quedaba la historia, suspendida, sin culminar, hasta que algunas horas después volvías y te tocaba recoger.

Ahí terminaba la historia. Yo sabía que iba a terminar ahí, pero cuando llegaba a ese punto me daba cuenta de que me gustaría haberle sacado más partido. La próxima vez será, pensaba.

Espero que la próxima película que vea de Franco de Peña consiga que no me quede con esta sensación.

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