viernes, 5 de marzo de 2010

Crítica de "Ana y el Lobo" (Carlos Saura, 1973)

La semana pasada robaron una bicicleta a los vecinos de mi abuelo. Este domingo estuve comiendo con él y en uno de esos momentos en los que la conversación se queda vacía, le pregunté: Bueno, y ¿qué te cuentas? Rápidamente se emocionó y se dispuso a contarme la historia del robo.

Todo empezó muy bien, con una disposición clara de los personajes (su vecino y el ladrón) y con una localización y puesta en escena que invitaba a pensar que aquella historia iba a ser cuanto menos interesante. Nada más lejos de la realidad. Al poco de empezar, comenzó a relacionar a su vecino con un albañil, que no sé muy bien qué pintaba en la historia. Lo que parecía una relación clara entre ambos se fue disolviendo en otra historia distinta. Distinta, pero parecida, ya que me empezaba a confundir. ¿A quién habían robado entonces, al vecino o al albañil? Rápidamente me di cuenta de que el albañil tenía una historia propia que a nada venía con la del robo.

Un detalle que no he aclarado es que mi abuelo tiene 80 años, y ya le patina un poco la cabeza al pobre, por lo que tiende a contar varias historias que para él guardan relación, pero que para los que no sabemos nada de ellas nos resultan completamente inconexas. Probablemente el problema sea mío, que no sé interpretar todo el universo que este sabio me está ofreciendo. Siempre hago un esfuerzo por entender, ya que el simple hecho de querer contar algo ya lo merece, pero pocas veces tengo éxito.

Total, que la historia seguía mezclando al albañil con el robo, y entonces apareció también una tal Jacinta, que tenía un corral de gallinas cuando mi abuelo era joven. ¿A qué viene eso?, me pregunté, pero seguí escuchando sin dejar que mi cara mostrara mis pensamientos.

Ahora empezaba el punto culmen, ya que una vez dispuso los personajes y sus respectivas historias, comenzó a jugar al Guadiana, haciendo aparecer y desaparecer a cada personaje de manera que ya uno no sabía si Jacinta era una albañil que robaba bicicletas, o si las gallinas del vecino de mi abuelo se partían el espinazo en la obra. Pero no había tiempo para pensar en ello; la historia seguía, y cada interpretación de lo que estaba contando se convertía en otra al instante, y así sucesivamente. Evidentemente, con tanto esfuerzo no estaba disfrutando la historia.

Cuando me tenía completamente mareado de asentir con la cabeza a algo que no comprendía, de repente, se quedó callado. Toda mi nebulosa mental se puso en alerta: ¿Me habrá hecho una pregunta?, pensé. Al momento, retomó la historia del robo del principio, para simplemente apostillar: “Total, que le entraron en el garaje y le robaron la bici”.

Ahí acabó la historia. Tan simple como eso.

Entonces me quedé meditando. ¿Tanto rollo para esto? Él se quedó muy satisfecho ahí tirado en el sofá, como si me hubiera contado la mejor novela de misterio de la historia. Me fui a mi cuarto, con un lío mental considerable, lo que me dio bastante coraje, y me hizo incluso pensar que ya lo había escuchado suficiente por ese día.

Exactamente lo mismo sentí al ver esta película, solo que a mi abuelo lo quiero mucho y al poco fui a que me contara algo nuevo.


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